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Me crece la barba como me crecen las ideas:
desprolijas,
mucho por acá,
poco por allá,
ocupando,
desocupando,
siguiendo una serie matemática natural,
y así.
Desproporción,
angustia,
domingo,
y así.
Y así
también
crece el afuera
y crecen los miedos.
Todo cambia,
todo es nuevo,
yo lo miro
-¡Señora! ¡Se olvidó la tarjeta en el cajero!-
y miro de vuelta
-¿Qué vas a hacer hoy?-
y no puedo creer
-Dale, llevo un vino-
pero miro igual
desde mi ventana
si me hubiese afeitado
la panza rugiría igual.
¿Hasta cuándo esta violencia
oculta en las cosas más quietas,
con forma de río,
con olor a pasto en otoño,
con la contractura de una semana en el cuello?
¿Cómo puedo decir basta si ya es lo mismo decir cualquier cosa?
Me sigue creciendo la vida
como me crecen las preguntas,
los caminos,
las puertas,
los viajes.
Me crece todo y yo me animo a creer un poquito más en el amor cada vez.
¿Cómo derrumbarme
si todavía puedo transformar mis poemas
en tus ojos?
¿Cómo negar estas presencias
si sentirte acá a mi lado
solo me cuesta quedarme un ratito más despierto?
¿Cómo enojarme con todo esto
si me está enseñando
los secretos más tiernos y más simples de la vida?
¿Por qué pensar en otras formas
si todo es todo
si vos sos otro yo
si yo soy otro vos?
¿Qué cosas podría olvidar
ahora que organicé mi mochila
y me quedé con lo que más necesito?
Unas hojas,
una lapicera,
las gotitas para los ojos,
un peine,
una gorra,
la pulsera que me regaló el Santi
y algunos preservativos del gobierno.
Solo me falta ir a tu casa,
tocar la puerta,
besarte mientras sonreímos,
fumar una seca,
dejar que el sol nos dé en la cara
y así.
*Emi