(Miles Davis)
What do you know about the wind?
En el cielo
una mariposa
nos detiene en su hálito.
Sobre la
lluvia,
detenida en
el tiempo,
cada mariposa
es un cerrajero
y guardia de
la estela del agua y el cielo.
Un solo
poder nos detiene
-era el amor
el que nos detenía-,
un solo arder
en el viento
donde nadie
sabe lo que busca,
donde cada
palabra es un secreto,
una mariposa
de viento.
Ahí pudiste
sentir los corazones
la sangre
sobre tu cuerpo
cálido hálito
de viento.
Una sola
jugada hubiera bastado
para corromperte
por los siglos
de los
siglos
y abastecerte
en tu canto de lágrima nocturna,
de hierro
herrumbrado, de viento cambiado.
Solo las
lumbres de los que dijeron adiós
pueden hoy
satisfacer tu cuenco de cuentas
-tus
pensamientos forasteros-
y darte la
buena nueva: es el siglo XXI el que nos ata
a ésta mansa
incertidumbre, a ésta incapacidad fatídica y derrumbante.
Fuiste
viento
que arrastró
mariposas al río,
fuiste paz
vacía y libertad soberbia,
fuiste Martín
y pez. Punto y ramas.
Fuiste dos,
tres, cuatro millones de líneas.
Fuiste el
más asombroso y despiadado amor.
Fuiste la
música que te carcomía los sesos, los deseos, las reprobaciones:
fuiste luz y
nada más que luz
en esta
caverna vencida por el paso aletargado del tiempo.
Estuviste en
la ciudad derrumbada
y cuando
solo la piel era testigo de lo que te faltaba
aullaste patéticamente
sobre los campos, sobre las tumbas
sobre los
que un día te quisieron y, lejos de no estar,
solo ocupan
tu memoria
-solo ocupan
tu memoria-.
Fuiste cajas
apiladas
en el rincón
más oscuro del mundo:
allí encontré
una mirada, entre las aberturas de cartón:
eran ratas: eran
inmensas mariposas.
Las
mariposas eran tantas,
hechas de
piano, de corchea, de rutilante desprecio
-lo
descubriste tarde: eran hijas del más profundo e inasible color-.
Las
mariposas eran tantas
que de solo
impregnarlas de pensamiento
te convertías
lentamente en un océano abisal y sideral
lleno de
tetraedros,
de líneas que nos cortan, a vos y a mí;
de miríadas
de circunferencias:
eras un
océano de cielo, un espejo tan grande como el infinito.
Entonces crecías
lejos y distante del montón.
Allí donde
los árboles duermen y las montañas toman el té de las cinco.
Allí donde
al Este y al Oeste llueve y lloverá,
una flor y otra flor celeste
del jacarandá[1].