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Las cosas se rompen

* Las cosas se rompen, admitámoslo. Cada vez que planeamos algo, una suerte de brisa cósmica conspira en nuestra contra y todo empieza a sal...

martes, 18 de febrero de 2014

little mirror of this time*


































(Miles Davis)


What do you know about the wind?
En el cielo
una mariposa nos detiene en su hálito.
Sobre la lluvia,
detenida en el tiempo,
cada mariposa es un cerrajero
y guardia de la estela del agua y el cielo.
Un solo poder nos detiene
-era el amor el que nos detenía-,
un solo arder en el viento
donde nadie sabe lo que busca,
donde cada palabra es un secreto,
una mariposa de viento.

Ahí pudiste sentir los corazones
la sangre sobre tu cuerpo
cálido hálito de viento.
Una sola jugada hubiera bastado
para corromperte por los siglos
de los siglos
y abastecerte en tu canto de lágrima nocturna,
de hierro herrumbrado, de viento cambiado.
Solo las lumbres de los que dijeron adiós
pueden hoy satisfacer tu cuenco de cuentas
-tus pensamientos forasteros-
y darte la buena nueva: es el siglo XXI el que nos ata
a ésta mansa incertidumbre, a ésta incapacidad fatídica y derrumbante.

Fuiste viento
que arrastró mariposas al río,
fuiste paz vacía y libertad soberbia,
fuiste Martín y pez. Punto y ramas.
Fuiste dos, tres, cuatro millones de líneas.
Fuiste el más asombroso y despiadado amor.
Fuiste la música que te carcomía los sesos, los deseos, las reprobaciones:

fuiste luz y nada más que luz
en esta caverna vencida por el paso aletargado del tiempo.

Estuviste en la ciudad derrumbada
y cuando solo la piel era testigo de lo que te faltaba
aullaste patéticamente sobre los campos, sobre las tumbas
sobre los que un día te quisieron y, lejos de no estar,
solo ocupan tu memoria
-solo ocupan tu memoria-.

Fuiste cajas apiladas
en el rincón más oscuro del mundo:
allí encontré una mirada, entre las aberturas de cartón:
eran ratas: eran inmensas mariposas.

Las mariposas eran tantas,
hechas de piano, de corchea, de rutilante desprecio
-lo descubriste tarde: eran hijas del más profundo e inasible color-.
Las mariposas eran tantas
que de solo impregnarlas de pensamiento
te convertías lentamente en un océano abisal y sideral
lleno de tetraedros,
de líneas que nos cortan, a vos y a mí;
de miríadas de circunferencias:
eras un océano de cielo, un espejo tan grande como el infinito.

Entonces crecías lejos y distante del montón.
Allí donde los árboles duermen y las montañas toman el té de las cinco.
Allí donde
al Este y al Oeste llueve y lloverá,
una flor y otra flor celeste
del jacarandá[1].















































*Emi

[1]M.E. Walsh

martes, 11 de febrero de 2014

Capítulo VI: Geometría (extracto)

*




































Ahora pienso yo. Pongamos la mente en blanco, que se olvide todo y nosotros seamos el olvido con lo olvidado, que nada nos recuerde nada.
Está oscuro, y frío. Pero frío quieto, frío de aire acondicionado que enfría de lejos. La fuente del frío es imperceptible, no hay viento, solo calma y silencio. Estamos flotando. No levitando, ni haciendo un leve balanceo, solo quietos, cómodos, parados en el aire invisible. Miramos a lo que creemos es el frente. Podemos intentar mover un brazo, subirlo, tocarnos la cara: es la misma de siempre. Movemos los dedos de los pies, sentimos la piel de gallina que estremece toda nuestra médula. Abrimos y cerramos los ojos. Olemos el olor de nuestro cuerpo. El mismo, al igual que el sabor de la saliva. Intentamos hablar, pero el sonido se apaga secamente, como si no hubiera superficie donde pueda rebotar y volver a nuestros oídos. Escuchamos nuestros latidos, la sangre corriendo y palpitando. Y un leve zumbido que proviene –nada más y nada menos- que de nuestra intensa actividad neuronal. No entendemos, pero estamos bien. Sin dolor, sin hambre, sin sed y el frío no es lo suficientemente intenso.
“Ya llegará la luz” nos prometemos.
De pronto, se iluminan nuestros pies. Una luz algo amarilla, que al principio nos deslumbra pero que luego naturalizamos: es nuestra luz, es la luz que pensamos. Nos rodea los miembros, se esparce como agua en nuestra piel, nos toca, y aunque no la sentimos, nos invade los sentidos. Estamos impregnados de esa luz y la consideramos nuestra primera creación. Y luego de ese primer eslabón pensamos en las cosas que tocará esa luz que no son nosotros: ahora buscamos la forma de nuestro universo posible.
La encontramos: un punto a lo lejos del cual se desprenden tres líneas simétricamente, en ángulos de ciento veinte grados. Las tres siguen su camino, inclinadas hacia nosotros en un ángulo convexo y de los vértices que eran su objetivo se desprenden otras tres líneas, una de cada uno, y se unen formando un inmenso triángulo que está situado detrás de nuestra posición. Si la imagen no es errónea, descubriremos un gran tetraedro en cuyo centro estamos situados. Las caras son espejos. Enormes espejos, iluminados por nuestra luz. Ya somos padres y madres de nuestro universo, y lo amamos como nuestro pequeño hijo.

Aun así, nuestra criatura parece ser mucha más antigua que nuestra primeriza nada: estos espejos nos muestran un infinito que no nos pertenece. Nuestra luz rebota y se alarga, se dobla y ocupa los lugares más recónditos de las imágenes más lejanas que nos devuelven los inmensos espejos. Y en todos lugares estamos nosotros. Y aun así, en el espacio sideral, no nos vemos.






































*Emi