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Las cosas se rompen

* Las cosas se rompen, admitámoslo. Cada vez que planeamos algo, una suerte de brisa cósmica conspira en nuestra contra y todo empieza a sal...

sábado, 20 de septiembre de 2014

Holoceno

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En el lago se refleja la Luna. Si bien el sol ya desapareció, el cielo todavía no se tiñó se azul oscuro. No hay nubes pero sí el sonido de grillos y los pájaros y el viento entre los árboles que anuncian la despedida. En la orilla del lago hay un niño sentado, con las rodillas contra el pecho y la cabeza apoyada en las piernas. Tiene un poco de frío porque no pensó que se iba a quedar pensando solo en la orilla del lago a esa hora. Había salido a jugar con sus amigos y de pronto, así como si nada, se fue a caminar sin nadie que lo acompañe. No le importó al principio.

Mira la luna sobre el lago. Intenta percibir el ritmo con que las ondas la mueven. De repente una brisa le eriza la piel y ya está debajo del agua, desnudo. Estar solo en la inmensidad es como estar en la nada. Pero no tiene frío y puede respirar normalmente. Tiene los brazos y las piernas extendidas, como si no tuviera miedo ni vergüenza. Los ojos bien abiertos, hacia la oscuridad.

El niño está enamorado de una compañera de su colegio, más bien, de una amiga. Con ella es feliz. La acompaña todos los días hasta su casa y los fines de semana salen a andar en bici por los cerros y cuando llegan al más alto se sientan en una piedra al lado de un árbol gigante y, mirando el paisaje lleno de casitas escondidas y el lago como espejo del cielo, comen las galletitas y toman el jugo que sus madres les prepararon. Y se ríen mucho.

Pero una vez ella se cayó y se lastimó la pierna y él no sabía qué hacer y apareció un señor que la conocía y se la llevó al hospital y resulta que no solo tenía la pierna fracturada sino también traumatismo de cráneo y todavía no salió del coma y hoy le dijeron que se la llevan a Córdoba para hacerle unos estudios y no sabe cuándo vuelve. Si se hubiera muerto por los menos sabría en serio que no va a volver.

Entonces, debajo del agua, cierra los ojos y los vuelve a abrir. Ahí, a unos dos metros frente a él, está ella con su bici que lo viene a buscar. Le dice “Ya estoy bien, ¿Vamos a andar en bici?” y él sonríe y le da la mano y se van juntos por el mundo. Después el niño se levanta de la orilla, camina, con una lágrima en el ojo que tiene adentro la luna, se sube al auto y llega a su casa. En la cama, con su mujer en los brazos y sus dos hijos durmiendo en la habitación contigua, recuerda que esa noche de hace tantos años no hubo Luna  y en su casa lo retaron por llegar tan tarde y tener toda la ropa mojada.







6/9/14



















































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