*
En el lago se refleja
la Luna. Si bien el sol ya desapareció, el cielo todavía no se tiñó se azul
oscuro. No hay nubes pero sí el sonido de grillos y los pájaros y el viento
entre los árboles que anuncian la despedida. En la orilla del lago hay un niño
sentado, con las rodillas contra el pecho y la cabeza apoyada en las piernas.
Tiene un poco de frío porque no pensó que se iba a quedar pensando solo en la
orilla del lago a esa hora. Había salido a jugar con sus amigos y de pronto,
así como si nada, se fue a caminar sin nadie que lo acompañe. No le importó al
principio.
Mira la luna sobre el
lago. Intenta percibir el ritmo con que las ondas la mueven. De repente una
brisa le eriza la piel y ya está debajo del agua, desnudo. Estar solo en la
inmensidad es como estar en la nada. Pero no tiene frío y puede respirar
normalmente. Tiene los brazos y las piernas extendidas, como si no tuviera
miedo ni vergüenza. Los ojos bien abiertos, hacia la oscuridad.
El niño está enamorado
de una compañera de su colegio, más bien, de una amiga. Con ella es feliz. La
acompaña todos los días hasta su casa y los fines de semana salen a andar en
bici por los cerros y cuando llegan al más alto se sientan en una piedra al
lado de un árbol gigante y, mirando el paisaje lleno de casitas escondidas y el
lago como espejo del cielo, comen las galletitas y toman el jugo que sus madres
les prepararon. Y se ríen mucho.
Pero una vez ella se
cayó y se lastimó la pierna y él no sabía qué hacer y apareció un señor que la
conocía y se la llevó al hospital y resulta que no solo tenía la pierna
fracturada sino también traumatismo de cráneo y todavía no salió del coma y hoy
le dijeron que se la llevan a Córdoba para hacerle unos estudios y no sabe
cuándo vuelve. Si se hubiera muerto por los menos sabría en serio que no va a
volver.
Entonces, debajo del
agua, cierra los ojos y los vuelve a abrir. Ahí, a unos dos metros frente a él,
está ella con su bici que lo viene a buscar. Le dice “Ya estoy bien, ¿Vamos a
andar en bici?” y él sonríe y le da la mano y se van juntos por el mundo. Después
el niño se levanta de la orilla, camina, con una lágrima en el ojo que tiene
adentro la luna, se sube al auto y llega a su casa. En la cama, con su mujer en
los brazos y sus dos hijos durmiendo en la habitación contigua, recuerda que
esa noche de hace tantos años no hubo Luna
y en su casa lo retaron por llegar tan tarde y tener toda la ropa
mojada.
6/9/14
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario