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Cuando fui a Inhotim, visité una galería de una artista que
sacó muchas fotos de una comunidad indígena en el Amazonas (más datos por
favor) y dividió la exposición en tres partes: la tierra, el hombre y el conflicto.
En la parte del conflicto había fotos de los miembros de la comunidad mirando a
la cámara, cada uno con un collar que tenía un cartelito negro con números en
blanco, tipo serialización de la vida, equivalencia pos-identidad. Saqué fotos
a las fotos y puse una de una nenita mirando con una cara impactantemente
seria, con el número 16, de fondo de pantalla. Con el pasar de los días la
nenita me empezó a mirar. Y cada vez que quería usar el celu, su mirada se
anteponía. Dos segundos o tres de su mirada y ya se me ocurrió escribir esto,
digamos, como para preguntar cómo va a seguir esta historia, si se va a volver
insoportable, si voy a dejar la imagen aunque me produzca rechazo, si la voy a
sacar, si la voy a sacar pero la voy a guardar en algún lado, si la voy a sacar
pero voy a hacer un arte con esa foto y este texto al lado. Me parece
interesante esto último, porque mi intención no es hablar de lo insoportable
del dolor de los pueblos, del imperialismo
o la cara mala de la globalización. Estoy hablando de que una imagen me
podría resultar insoportable. Y eso tiene que ver con una sensación. Y por lo
tanto, todo esto tiene que ver con una política de lo sensible. Y como lo pongo
en palabras, lo enuncio, revelo el mecanismo de la revelación de los mecanismos:
hago ficción y hago una heterotopía (que tiene una relación dialéctica, o de
negación determinada, con la utopía), etc.
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*Emi