Voy en el bondi. Bah, no cualquier bondi. Es el 42. Me lo tomo a una cuadra de casa. Por ahi pasan también el 40 y el 41, que es el que me lleva a la uni. Tengo re suerte, si no hay alguna movilización en el centro o no están llenos, los tres bondis me dejan a lo sumo en 25 minutos donde quiero llegar. Cuando me mudé de barrio y tuve que empezar a usarlos me daba un poco de paja. Pero ahora me gusta. No sabría decir cuánto afecta a mi bolsillo, porque vivir en un barrio se vuelve un toque más barato. Bueno, la cuestión es que me re gusta ir en bondi porque me pone creativo. Me gusta que de repente un montón de gente tenga que convivir por unos minutos en un lugar tan particular: todos los asientos mirando hacia adelante (¿Mirando qué?), algunes van parades, otres se miran intentando que no se irrumpa ese código social de dar el asiento a quien lo necesita, o lo merece, o lo exige. Cada persona tiene su historia y eso se ve en el bondi. Algunes duermen, otres escribimos historias o reflexiones, otres charlan entre sí. Todes quienes hemos subido a un bondi tenemos historias para contar. No todes las contamos, y está bien. El bondi no deja de ser un lugar de paso, algo que hay que pasar, transitar hacia lo importante: la casa, el trabajo, la facu, les amigues, le chongue, la familia, la pizzería, qué se yo, hay tantos destinos. Pero el bondi es uno solo. El mismo para todes. Un lugar que se cosntruye y deconstruye en cada parada. Es una mezcla de cosas viejas, de tradiciones y símbolos, como el de levantar la mano con la esperanza de que le chofer nos vea y ¡por favor! nos levante. Y en el bondi se transportan los cuerpos. A veces incómodos, a veces cómodos de más, casi siempre muy cansados. Todes conocemos el cansancio de le otre en el bondi. Lejos de reprimirlo, como en la escuela o el laburo, lo dejamos ser. Y sí, todes hacemos grandes esfuerzos día a día. Y no me refiero al esfuerzo concreto de hacer cosas, si no a ese que relizamos para sobrevivir, para que la vida no se nos venga encima en cada esquina, en cada papel, en cada trabajo. En el bondi todes se merecen poder descansar. Aunque no sean las mejores condiciones, es un lugar casi que heterotópico, donde nadie se mete con nadie porque estamos, básicamente, en la misma. Todes cansades, todes de tránsito. Es casi como en la vida, si se me permite decirlo. Porque en la vida también hay signos, más allá de nuestros espíritus en constante búsqueda de no-sé-qué, de las tramas socio-económicas que nos sostienen, a nosotres, a nuestras visiones y nuestros sentires. Pensar que cada persona que se sube al bondi lo elije por algo. Porque no hay otra, generalmente. A la vida también la elegimos así, porque no hay otra, nada más que nos hacemos les boludes y flashamos que nuestra vida no puede ser tan vulgar, tan común, tan de tránsito como el bondi.
(noviembre de 2018)
*Emi